“Nuestra Responsabilidad Global: Hacia un Humanismo Bio-eco-céntrico”


Preparándonos para el Día del Medio Ambiente, compartimos un escrito de Gerardo González Cortés, miembro del CC Foro Espiritual de Santiago en Chile. El texto trata precisamente sobre la crísis medioambiental. Se titula “Nuestra Responsabilidad Global: Hacia un Humanismo Bio-eco-céntrico”. La segunda parte trata sobre las posiciones de líderes de distintas tradiciones de fe frente a este desafío.

Desde la Coordinación Regional de URI América Latina & El Caribe consideramos difundir este texto porque es un aporte para toda la red, una perspectiva importante para estoa momneto mundial, una lectura reflexiva sobre la responsabilidad humana con el medio ambiente.

Nuestra Responsabilidad Global

Hacia un humanismo bio-eco-céntrico

Por Gerardo González Cortés

CC Foro Espiritual de Santiago, Chile

Agosto 2019 – Diciembre 2019

(INDICE al final del texto)

Nosotros y el planeta Tierra

Vivimos tiempos de cambio acelerado, plagados de desafíos, peligros, expectativas y promesas. Como Humanidad pareciera que nos hemos puesto “pantalones largos” sin asumir aún la responsabilidad que eso implica. Por primera vez en nuestra breve historia podemos decir que estamos en condiciones de potencial abundancia, que si la administramos bien –y sabemos cómo hacerlo—nos permitiría construir una sociedad global pacífica y próspera, sin hambre, sin miseria, con oportunidad de pleno desarrollo personal para todos y viviendo en armonía entre nosotros y con la naturaleza de la que somos parte. Sin embargo persisten bolsones de hambre y miseria; las brechas entre ricos y pobres crecen y el poder económico se concentra; se siguen acumulando  armas de destrucción masiva cada vez más inteligentes y atemorizantes, mientras proliferan sangrientas guerras  locales que provocan destrucción e inconmensurable sufrimiento humano. Y junto con todo esto nos estamos dando cuenta que hemos abusado del planeta Tierra, de nuestra casa común, y de la variada y rica comunidad de vida, hasta el punto de estar induciendo un cambio climático con consecuencias imprevisibles para el ecosistema global y para la propia Humanidad. 

Pareciera que estamos experimentando un cambio de época, en el que el desarrollo tecnológico juega una vez más un papel crucial  y que nos da un poder de intervención en la naturaleza nunca antes visto, al mismo tiempo que una responsabilidad nunca antes pensada. Quisiera reflexionar sobre esto.

Casi dioses 

Independientemente de cuál sea el origen del fenómeno vida en la Tierra, constituimos la más reciente y compleja floración de este proceso evolutivo de la que tengamos noticia. Floración que al consolidar la emergencia de la auto-conciencia y de la mente humana en todas sus manifestaciones (emocionales, cognitivas, volitivas, valóricas, artísticas, espirituales) y generar mediante el lenguaje articulado la cultura, también en todas sus formas, incluyendo las tecnologías, ha tenido como resultado que nosotros los humanos de ser objeto más bien pasivo de la evolución del fenómeno vida en la Tierra, pasemos a ser sujetos activos del mismo.  Y aún más, actores protagónicos, capaces de innovar, crear y destruir como ninguna otra especie de vivientes jamás lo ha sido. Si Pericles se levantara de su tumba y viera los poderes que hemos desarrollado y como los hemos usado para intervenir nuestro planeta diría que somos casi dioses y que nos falta sólo un detalle para serlo: la inmortalidad. 

La ciencia actual nos enseña que hace unos 790 mil años atrás, cuando los homo sapiens aprendimos a producir y manipular el fuego, comienza una historia de intervención humana en la naturaleza que se ha acelerado admirablemente y también peligrosamente en los últimos 250 años a partir de la primera revolución industrial.  Sin embargo su influencia significativa sobre la Biosfera comienza mucho antes  –en los albores del Neolítico– con el  desarrollo de la agricultura y la ganadería y la consecuente selección artificial por los humanos de especies vegetales y animales y su hibridación tendiente a aumentar su utilidad para el consumo humano, prácticas que se habrían iniciado hace unos 10.500 años atrás en el Medio Oriente. Con ese mismo propósito los humanos comenzamos a canalizar el agua de los ríos y a incendiar praderas y bosques para convertirlos en tierras de cultivo, destruyendo –o al menos fragmentando– de esa manera el hábitat natural de infinidad de especies, amenazando su sobrevivencia y llevando incluso a su extinción. En otros casos la destrucción del bosque nativo ha sido el resultado de su sobreexplotación para la obtención de madera utilizada como combustible, material de construcción o incluso papel. La sobreexplotación o destrucción del bosque nativo ha tenido como consecuencia erosión y pérdida de suelo vegetal, llegando en muchos casos a afectar el régimen de lluvias produciendo incluso desertificación.

El medio marino y lacustre ha sido también desde los orígenes de la Humanidad una fuente de alimentos.  En las aguas los humanos continuamos siendo principalmente “cazadores y recolectores” –más que “cultivadores”–, si bien potenciados por el desarrollo de tecnologías de pesca que han conducido a la sobreexplotación de muchas especies y al serio daño de los fondos marinos. Por otra parte, al contaminar las aguas con residuos industriales hemos afectado también zonas de lagos, ríos y mares, empobreciendo importantes ecosistemas.

Y esta capacidad de intervenir en la naturaleza e influir cada vez más sobre el curso seguido por la Biósfera en la Tierra se ha visto dramáticamente incrementada con el desarrollo en décadas recientes de la ingeniería genética que, hasta ahora, se ha utilizado principalmente para “mejorar” especies –esto es, hacerlas más útiles para el consumo humano—y para el cuidado de la salud humana.

Si hay algo que hemos hecho a cabalidad durante miles de años es cumplir el mandato bíblico de poblar y dominar  la tierra; mandato atribuido por sus redactores mesopotámicos al propio Dios. La población humana en el planeta ha pasado de ser alrededor de 10 millones a inicios del Neolítico  a más de 7.500 millones en la actualidad. Y ese gigantesco crecimiento, así como el curso que ha seguido a lo largo de apenas 10.500 años (un instante en la historia de la Biósfera en la Tierra estimada en 3.500 millones de años), se ha debido en gran medida a la capacidad humana de intervención en la naturaleza para producir energía, alimentos y materiales de construcción, así como a la innovación tecnológica en los ámbitos de la salud general y de la salud reproductiva, con su consecuente elevación en la esperanza de vida y reducción de la fecundidad.  

Nuestra creciente capacidad de intervenir en la naturaleza en general y en la Biósfera en particular nos ha ido convirtiendo, como dijimos, en casi “dioses”,  según sostiene Yuval Noah Harari en su libro Homo Deus. No lo somos individualmente, sino colectivamente.  Hemos artificializado el planeta. El curso de la vida en la Tierra depende cada vez más de la manipulación humana y menos de la evolución natural.  Y la actividad humana ha alcanzado también el ámbito geológico al incidir sobre el calentamiento global y el consecuente cambio climático, con imprevisibles impactos por venir en los ecosistemas y en la biósfera. Hemos ido creando alrededor del planeta una cada vez más densa “tecnósfera”, que a su vez, mediante los avances en tecnologías de la información y de las comunicaciones, ha contribuido significativamente a a la densificación de la “noosfera”, ambas de factura humana. Estamos definitivamente en el Antropoceno. 

Responsables

Desde la mirada emergentista del biólogo Stuart Kauffman, si concebimos a “Dios” como la creatividad del Universo y miramos por otra parte la creatividad humana en todos los ámbitos –intelectual, artístico, cultural, ingenieril, valórico, tecnológico, etc.—y su incidencia creciente sobre la naturaleza y, en particular, sobre el curso de la biósfera terrestre, no es pretencioso pensar que hemos llegado  a jugar como Humanidad un rol “divino”, con todo lo que eso implica, si bien sólo en relación con una minúscula parte del Universo, como lo es nuestro planeta Tierra. Nos hemos convertido así en “cuasi-dioses locales”.

Desde el punto de vista de la ética de la responsabilidad –una de las tantas creaciones humanas—somos responsables de todas nuestras acciones y omisiones voluntarias y libremente ejecutadas así como  de sus efectos o consecuencias. Mientras mayor es nuestra capacidad de intervención sobre la biósfera y su hábitat, mayor es, por tanto, nuestra responsabilidad. Y la principal implicación que surge es que somos colectivamente responsables del curso reciente de la biósfera y de su habitat así como de su curso futuro.

¿Responsables ante quién? Diría que primeramente ante  nosotros mismos y las generaciones futuras y también ante la Biósfera de la que somos parte, lo que dicho en forma más poética sería ante nuestra Madre Vida, que nos ha engendrado como especie y a la cual  debemos reverencia, respeto, admiración y amor.

Pienso que esta responsabilidad, si bien compartida por todos, no lo es en el mismo grado. Por ejemplo, la responsabilidad en el calentamiento global de los controladores de una empresa de electricidad que la produce con una planta a carbón es, por cierto, mucho mayor que la del consumidor de dicha electricidad que con su consumo contribuye a crear su “huella de carbono” y con sus pagos contribuye a hacerla rentable y mantenerla en actividad. Pero, a su vez, el que dicha empresa continúe contaminando con CO2 depende de que la legislación y políticas públicas en el campo de la energía del país donde opera se lo permitan, lo que hace también responsables a los legisladores y gobernantes. Y éstos, a su vez, elegidos por la ciudadanía, son sensibles al sentir de esa ciudadanía expresada a través de los partidos políticos y de las organizaciones y movimientos de la sociedad civil. Llegamos así de nuevo al consumidor de energía, el ciudadano común, que puede asumir su responsabilidad frente al calentamiento global no sólo cambiando hábitos de consumo de energía “sucia” en su origen, sino también participando activamente en movimientos de la sociedad civil que presionan al mercado favoreciendo el consumo de productos con baja huella de carbono y al gobierno y los legisladores para que asuman su responsabilidad política en este campo. 

El ejemplo que acabo de dar está plenamente vigente. Escribo estas líneas a principios de agosto de 2019, a pocos meses de que se celebre un nuevo encuentro de la Conferencia de Naciones Unidas sobre el Cambio Climático (COP25). El calentamiento global y la estrategia mundial para frenarlo estarán al centro de los debates y acuerdos que se tomen para su implementación.   Si bien es un encuentro intergubernamental, habrá múltiples vías para la participación de la sociedad civil. 

Un caso notable de activación de la conciencia ecológica y de presión desde la sociedad civil sobre los gobiernos del mundo para que asuman su responsabilidad y actúen “ya” es el de Greta Thumberg, la quinceañera sueca que hace un año atrás, el 20 de agosto de 1918, faltó a clases y se sentó frente al parlamento para protestar y exigir acción, anunciando que lo seguiría haciendo hasta que el parlamento la escuchara y que su país cumpliera cabalmente con los lineamientos del Acuerdo de París sobre cambio climático. Su acción, inicialmente en solitario, dada a conocer por los medios, ha ido contagiando a miles a través de las redes sociales, desencadenando un movimiento juvenil a nivel mundial. Su llamado a las autoridades políticas y líderes empresariales,  es potente y directo: “No quiero que tengas esperanza, quiero que entres en pánico. Quiero que sientas el miedo que siento todos los días y luego quiero que actúes”. Miles de adolescentes han marchado movidos por su ejemplo en ciudades como Berlín y Bruselas y –según reporta la prensa–  su modo de protestar (faltar a clases para manifestarse) se ha replicado en cientos de ciudades alrededor del mundo. Ha sido invitada a hablar en la Asamblea General de las Naciones Unidas; habló en la COP 24 en Polonia y lo hará en la COP 25 a fines del 2019.  El 20 de septiembre de ese año tuvo lugar con gran éxito una “huelga internacional por el clima” convocada por Greta y su movimiento ‘Friday for future’, actividad que se ha seguido repitiendo.

El comportamiento de Greta me recuerda a los profetas del Antiguo Testamento: Denuncia y conmina a la acción. Pero las calamidades que anuncia asociadas al calentamiento global no son consideradas como castigos de Dios, sino el resultado previsible de la irresponsable intervención humana en la Naturaleza. Y la acción a que conmina a los dirigentes mundiales consiste principalmente en la sustitución de tecnologías sucias por tecnologías limpias para la generación de energía. Conmina a ejercer el poder político y la innovación tecnológica responsablemente. “La gente debe unirse para presionar a los poderosos”….”necesitamos estar enfadados y transformar ese enojo en acciones” dice Greta. Los poderosos son los responsables de implementar las políticas públicas necesarias para frenar y revertir el cambio climático. La gente, los ciudadanos de a pié, son responsables de ejercer presión social y política y de cambiar patrones de consumo y estilos de vida en el ámbito cultural. Al fin de cuentas, todos somos responsables, cada quien según los recursos de poder de que dispone.

El discurso de Greta expresa la conciencia de una Humanidad amenazada por sus propias acciones que han resultado en un calentamiento global. Tiendo a pensar así que es una mirada básicamente antropocéntrica en la que la biósfera y el ecosistema global que la soporta es tratado como “medio ambiente humano”. No quiero decir con esto que Greta esté cerrada a una visión más biocéntrica si se la confronta con otras áreas de problemática ecológica como es, por ejemplo, la de la biodiversidad. Sólo que, hasta ahora, ha estado centrada en el desafío que representa el calentamiento global. 

Emergencia de la conciencia ecológica: del antropocentrismo a una visión bio-eco-céntrica

El calentamiento global es, sin duda, el principal desafío ecológico que enfrenta hoy la humanidad, sin embargo se ha ido tomando conciencia de él sólo en décadas recientes. La problemática ecológica es bastante más antigua y, por cierto, más compleja. Creo útil revisar ahora cómo ha ido emergiendo lo que podríamos llamar “conciencia ecológica” y cómo ésta ha ido transitando desde una visión de mundo antropocéntrica a una de carácter más bio-eco-céntrico.  

La cosmovisión dominante en Occidente  durante la Edad Media fue profundamente teocéntrica. Se concebía la vida humana, marcada por el pecado original,  como tránsito “por este valle de lágrimas” y oportunidad concedida por la misericordia divina para ganar el cielo (y evitar el infierno) a costa de virtud y penitencia. Es con el Renacimiento y luego con la Ilustración  que se redescubre el valor de los productos del “espíritu humano” cultivados en la Antigüedad en Grecia y Roma, se reconoce el derecho de pensar libremente y de crear en múltiples ámbitos, incluyendo el tecnológico. Revive así el humanismo como corriente de pensamiento que pone al ser humano al centro, reconoce su igualdad en dignidad y derechos, y valora sus logros. Al sacar a Dios del centro se refuerza la posición del ser humano como amo y señor de la naturaleza, con un fortalecimiento del antropocentrismo. La sensación de poderío se robustece luego con la experiencia de progreso acelerado que se inicia con la revolución industrial y que dura hasta fines del siglo XX.

Es recién en la década del 60 del siglo pasado que surge la preocupación en las élites científicas y políticas sobre los límites al crecimiento demográfico y económico en un planeta con recursos limitados. El informe preparado por el MIT por encargo del Club de Roma titulado “Límites del crecimiento”, que fuera publicado en 1972, encendió las alarmas. Se simulaban ahí distintos escenarios a futuro. La conclusión del estudio fue que “si el actual incremento de la población mundial, la industrialización, la contaminación, la producción de alimentos y la explotación de los recursos naturales se mantiene sin variación, alcanzará los límites absolutos de crecimiento en la Tierra durante los próximos cien años.” Esta preocupación por el futuro de la Humanidad en un planeta con recursos limitados despertó también la conciencia de que, como especie, somos producto y parte de la Biósfera y, con ella, de un sistema de eco-sistemas en el que hemos estado interviniendo y del cual dependemos. Esta creciente conciencia ecológica ha sido promovida por un multiforme movimiento ecologista que, junto con identificar problemas, ha estado llamando a la acción. 

En las siguientes páginas intentaré mostrar como la conceptualización del problema se mueve desde una concepción de mundo predominante antropocéntrica a una predominantemente bio-eco-céntrica.

La primera Conferencia de Naciones Unidas sobre el Medio Ambiente Humano –primera Cumbre de la Tierra– realizada en Estocolmo en 1972 es un primer hito a destacar. En su Declaración de Principios aparece una doble mirada. Por una parte en su ‘Principio 2’ se trata a la flora y la fauna conjuntamente con el agua, el aire y la tierra, como “recursos naturales”, esto es, con valor instrumental para el desarrollo humano. Sin embargo, en su ‘Principio 4’ se confiere a la flora y fauna silvestre y a sus hábitats un valor en sí y a los humanos la responsabilidad especial de preservar y administrar ese patrimonio. Cabe destacar que esta conferencia dio origen como institución permanente al Programa de las Naciones Unidas para el Medio Ambiente.

Otro hito en este proceso de toma de consciencia es el informe titulado «Nuestro Futuro Común», preparado por la Comisión Mundial de Medio Ambiente y Desarrollo en 1987, que introduce el concepto de “sustentabilidad” entendida como “… la capacidad de satisfacer las necesidades de la generación humana actual sin comprometer la satisfacción de las necesidades de las generaciones futuras …”  Este informe, si bien introduce un criterio ético –responsabilidad intergeneracional–, sigue siendo en su objetivo plenamente antropocéntrico. 

La Conferencia de Naciones Unidas sobre Medio Ambiente y Desarrollo realizada en 1992 en Río de Janeiro –segunda Cumbre de la Tierra— constituye otro momento importante en este proceso global de toma de conciencia. No hay grandes cambios a nivel de principios con la Conferencia de Estocolmo realizada 20 años antes. Como se dice en su principio 1, “Los seres humanos constituyen el centro de las preocupaciones relacionadas con el desarrollo sostenible. Tienen derecho a una vida saludable y productiva en armonía con la naturaleza.” Esto último podría expresar la convicción de que los seres humanos no somos parte de la naturaleza y, si lo somos, gozamos  de un status especial. Sin embargo, en el ‘principio 7’ que copio a continuación se habla del eco-sistema de la Tierra –concepto más amplio y rico que el de ‘medio ambiente humano’– como un bien en sí que es necesario cuidar, y la responsabilidad de dicho cuidado cae en las manos de los Estados:  

Principio 7: Los Estados deberán cooperar con espíritu de solidaridad mundial para conservar, proteger y restablecer la salud y la integridad del ecosistema de la Tierra. En vista de que han contribuido en distinta medida a la degradación del medio ambiente mundial, los Estados tienen responsabilidades comunes pero diferenciadas. Los países desarrollados reconocen la responsabilidad que les cabe en la búsqueda internacional del desarrollo sostenible, en vista de las presiones que sus sociedades ejercen en el medio ambiente mundial y de las tecnologías y los recursos financieros de que disponen.

Creo importante destacar que si bien el cuidado del ecosistema de la Tierra es considerado aquí como tarea solidaria de todos,  la responsabilidad asignada a los diversos actores involucrados varía dependiendo tanto del daño infligido como de los recursos tecnológicos y financieros de que cada actor dispone para reparar dicho daño. Están así aquí plenamente presentes los principios de la “ética de la responsabilidad” a la que me he referido anteriormente. 

He reseñado hasta ahora lo ocurrido en el ámbito público internacional en cuanto a cambios en lo que podríamos llamar ‘conciencia ecológica’.  Creo necesario considerar ahora una iniciativa surgida desde la sociedad civil que, si bien no logró convertirse en convenio con validez internacional, fue y sigue siendo un hito en el proceso de concebir una sociedad humana madura que convive en armonía con la Biósfera y el ecosistema global de los que es parte. Me refiero a la “Carta de la Tierra”

En 1994, apenas dos años después de La Cumbre de la Tierra, Maurice Strong (Secretario General de la Cumbre de Río) y Mikhail Gorbachev, trabajando a través de las organizaciones que ellos mismos fundaron (el Consejo de la Tierra y Green Cross International) lanzaron una iniciativa con el apoyo de Holanda para desarrollar una Carta de la Tierra como una iniciativa de la sociedad civil, cuyo texto –después de múltiples consultas–  fue aprobado y hecho público en marzo del 2000.  Siguió luego una campaña destinada a obtener respaldo a la carta que consiguió que fuera avalada por más de dos mil organizaciones nacionales e internacionales, entre ellas la propia UNESCO. A pesar del amplio apoyo encontrado por parte de numerosos líderes mundiales y jefes de estado, sus promotores no consiguieron un endoso formal de las Naciones Unidas a la carta. Quizás esto se debió a que se trata de una propuesta de fuerte contenido valórico, considerada demasiado avanzada por otros actores claves del sistema internacional de la época.

La Carta de la Tierra se inicia con un potente llamado ético a asumir nuestra responsabilidad en la construcción de una nueva sociedad global: “Debemos unirnos para crear una sociedad global sostenible fundada en el respeto hacia la naturaleza, los derechos humanos universales, la justicia económica y una cultura de paz. En torno a este fin, es imperativo que nosotros, los pueblos de la Tierra, declaremos nuestra responsabilidad unos hacia otros, hacia la gran comunidad de la vida y hacia las generaciones futuras.”

Y agrega en su inicio una declaración, que yo me atrevería a calificar como  “humanista bio-eco-céntrica”,  bajo el subtítulo “La Tierra, nuestro hogar”. Dice así:

“La humanidad es parte de un vasto universo evolutivo. La Tierra, nuestro hogar, está viva con una comunidad singular de vida. Las fuerzas de la naturaleza promueven a que la existencia sea una aventura exigente e incierta, pero la Tierra ha brindado las condiciones esenciales para la evolución de la vida. La capacidad de recuperación de la comunidad de vida y el bienestar de la humanidad dependen de la preservación de una biosfera saludable, con todos sus sistemas ecológicos, una rica variedad de plantas y animales, tierras fértiles, aguas puras y aire limpio. El medio ambiente global, con sus recursos finitos, es una preocupación común para todos los pueblos. La protección de la vitalidad, la diversidad y la belleza de la Tierra es un deber sagrado.”

Adhiero a cada una de las frases de este párrafo sin mayores comentarios. Destaco sólo un punto que me parece particularmente relevante para estas reflexiones: La biósfera –“comunidad singular de vida”—, de la que los humanos somos parte y al mismo tiempo actores protagónicos de su evolución, es sagrada así como es sagrada la Tierra en cuanto hábitat que la cobija. De aquí que su protección sea para nosotros, Humanidad, “un deber sagrado”. Sagrado en este contexto significa algo valioso en sí que merece respeto; no tiene de por sí una connotación religiosa, pero sí la tiene para los creyentes de numerosas tradiciones religiosas y espirituales, como veremos más adelante. 

Y la Carta va aún más allá cuando incluye entre sus principios “Cuidar la comunidad de la vida con entendimiento, compasión y amor”  y “Afirmar, que a mayor libertad, conocimiento y poder, se presenta una correspondiente responsabilidad por promover el bien común.” 

Veo aquí un claro paso de una concepción antropocéntrica a una concepción biocéntrica, en la que nuestra identidad como seres humanos está de manera central definida por nuestra pertenencia a la comunidad de la vida y por la capacidad única y creciente que tenemos de determinar su destino, al que nuestro propio destino como Humanidad está férreamente ligado.  Se trata no obstante de un biocentrismo humanista en el que se cree en la capacidad única que tenemos los seres humanos de concebir valores morales y de trabajar en ejercicio de nuestra libertad en su realización, asumiendo cada quien la responsabilidad que le corresponde conforme al conocimiento, capacidad y poderes de que dispone. 

Dentro del movimiento ecologista, una de sus corrientes –la llamada “ecología profunda”– es la que va más lejos en cuanto a moverse de una concepción de mundo antropocéntrica a una biocéntrica. La “ecología profunda” critica no sólo al desarrollismo  sino también a la corriente que defiende al “desarrollo sustentable” –que califica como ‘ecología superficial’ porque no cuestionan al sistema capitalista como causa principal de la insustentabilidad de los actuales procesos de desarrollo económico y, además, porque no reconocen el valor intrínseco de la vida en sus múltiples manifestaciones y del medioambiente, del “eco” (oikos), que la hace posible y la cobija. Se trata de una valoración que va más allá de su utilidad para la especie humana y da lugar al amor. 

Según Jens Benöhr , la ecología superficial se caracteriza por un exagerado optimismo tecnológico, no plantea soluciones sociales, mantiene las relaciones de dominio entre los países europeos, norteamericanos y el resto del mundo, así como entre el humano y otras especies. Además, la ecología superficial mantiene el principio de competencia que impera en el capitalismo. Por otra parte, el movimiento de ecología profunda cuestiona el despilfarro y la competencia, haciendo énfasis en el valor de la colaboración. Se busca un cambio político y económico, donde el progreso no se mide en cifras económicas, sino en bienestar humano y ecosistémico. ….. La ecósfera en su totalidad (ecocentrismo) incluye individuos, especies, poblaciones, hábitats, así como culturas humanas y no-humanas. Esto implica una preocupación y un respeto fundamental por la vida. El término “vida” se utiliza aquí en una forma no técnica y más amplia para incluir también lo que los biólogos clasifican como “no vivo”: ríos, lagos, humedales, montañas y otros elementos “inertes” del paisaje. Por otra parte es esencial amar la vida, entendida en forma amplia, para cuidarla. Por esto Benöhr concluye: Una de las premisas de este movimiento es que las estrategias de protección y restauración son implementadas con mayor entusiasmo por personas que aman lo que están resguardando, y que están convencidas que lo que aman es intrínsecamente digno de ser amado. Ellos poseen una ética genuina de conservación, no simplemente un instrumento tácticamente útil para la supervivencia humana.

Veo convergencias importantes entre lo propuesto en La Carta de la Tierra y los planteamientos de la ‘ecología profunda’, tal como la presenta Jens Benöhr. Una de ellas es que ambos hablan de amor.  Veo también algunas diferencias; entre ellas, que la ecología profunda identifica claramente al sistema capitalista y los valores en que se sustenta como causa de la crisis ecológica. La Carta de la Tierra es menos explícita al respecto, si bien sostiene que “Los patrones dominantes de producción y consumo están causando devastación ambiental, agotamiento de recursos y una extinción masiva de especies.” Además,  su principio 7 dice: Adoptar patrones de producción, consumo y reproducción que salvaguarden las capacidades regenerativas de la Tierra, los derechos humanos y el bienestar comunitario. Tiendo a pensar que esta relativa tibieza se debe a que los autores y promotores de la Carta de la Tierra pretendían que ésta fuera formalmente adoptada por las Naciones Unidas, lo que resultaría inviable si se hiciera explícita una crítica radical al sistema económico dominante. 

El reconocimiento del valor en sí de la Biósfera y, consecuentemente, del ecosistema global, es esencial para una defensa de su protección y cuidado como imperativo ético, más allá de su función medioambiental para la sobrevivencia humana. En una ética basada en el valor intrínseco del fenómeno “Vida”, el ecosistema terrestre puede ser pensado como el “contenedor”, la matriz, el “cáliz” (en el marco conceptual de Riane Eisler), la Madre Tierra (en la cosmovisión indígena).

Si bien la ecología profunda se autodefine como filosofía, se acerca a lo que podría ser una religión al promover una relación de amor con lo que yo llamaría la “Madre Vida”, de la que somos los humanos hijos e hijas al mismo tiempo que partes. Como veremos,  las cosmovisiones religiosas ofrecen relatos que ayudan a legitimar el respeto por la vida en todas sus formas, lo que la ciencia  por sí sola no es capaz de hacer,  a menos que tomemos el camino de Kaufmann, que en la creatividad manifestada en el proceso evolutivo de la Biósfera reconoce algo misterioso y sagrado. 

El tránsito de una visión de mundo y marco ético antropocéntrico a uno biocéntrico no reduce –como vimos–necesariamente la centralidad del fenómeno humano, ya que requiere tener en cuenta el papel cada vez más relevante que ha ido jugando el homo sapiens en la evolución de la biósfera, de la tecnosfera y de la noosfera, así como el papel que está llamado a jugar en el futuro en estos tres ámbitos. El poder creciente que tenemos tanto para destruir como para innovar y construir nos hace cada vez más responsables. Y debería hacernos cada vez más humildes. De nosotros depende que definamos nuestro papel como un servicio maduro a la Vida  o como la continuación de un afán inmaduro de acumulación de poder.

Nuestra tarea común

Pienso que nuestro principal desafío hoy es conseguir que la Humanidad se una y movilice para “pilotear” la “comunidad de vida”  –incluida por cierto la propia Humanidad– y su hábitat, el ecosistema global de la Tierra, hacia un destino mejor. En mi opinión, para que esto ocurra se requiere una toma colectiva de conciencia de que –en primer lugar– el fenómeno “Vida”, del que somos parte integrante, es de alguna forma valioso en sí, sagrado y merecedor de un respeto amoroso;  en segundo lugar, que como especie homo sapiens –a diferencia de las demás especies— nos hemos auto-desarrollado adquiriendo un poder cada vez mayor para intervenir en la evolución de la biosfera, incluido su hábitat; en tercer lugar, que hasta ahora la Humanidad ha hecho uso de ese creciente poder de creación, destrucción y transformación de manera atolondrada y con frecuencia irresponsable, y –por último– que ha llegado el tiempo de asumir con templanza, sabiduría y madurez la tremenda responsabilidad de –como dije—“pilotear la comunidad de vida” hacia un destino mejor. Destino que nosotros mismos tenemos que ir visualizando y construyendo. 

Esta es una tarea que tienen que asumir todos los actores sociales pertinentes. Acabamos de ver cómo ha evolucionado la conceptualización de la problemática ecológica en el ámbito intergubernamental y de la sociedad civil. Creo importante abordar ahora cómo esta temática ha sido abordada por líderes religiosos teniendo en cuenta que la mayoría de la población mundial pertenece a comunidades de fe. Pretendo, por tanto, orientar ahora estas reflexiones intentando esclarecer de qué manera y en qué medida las principales tradiciones religiosas están contribuyendo a realizar esta tarea común o, por el contrario, la dificultan, atendiendo a los cuatro puntos recién mencionados. Al hacerlo, mi objetivo es eminentemente pragmático y político; para nada teológico o filosófico.

Los líderes religiosos frente a la crisis ecológica

“Dios” no entra para nada en la formulación  de la problemática ecológica efectuada por las instancias internacionales y por movimientos de la sociedad civil que acabamos de revisar. Tampoco entra en el discurso de Greta Thumberg que ha logrado recientemente una gran movilización especialmente de los jóvenes pidiendo acción para frenar el calentamiento global.  El poder para alterar el clima y para frenar y eventualmente revertir el cambio climático está enteramente en manos humanas. ¿Es por esto un discurso inaceptable para los creyentes? Pienso que si bien para algunos puede serlo, para la mayoría no lo es.   

La COP 21, que resultó en el Acuerdo de París sobre Cambio Climático, realizada en la primera mitad de diciembre de 2015, actuó como inductor para que primero el Papa Francisco hiciera pública su encíclica Laudato Si en junio de ese año y en los meses siguientes grupos de líderes espirituales del Islam, del Hinduísmo y del Budismo –entre otros—publicaran declaraciones expresando su posición frente a la problemática ecológica y su compromiso con la acción.  Examinaré estas declaraciones desde las perspectivas recién señaladas.

El Papa Francisco y su encíclica Laudato Si

Pienso que la ética de la responsabilidad humana en relación con la Biósfera –producto secular, humano, consensuado y, por lo mismo, autónomo– es perfectamente conciliable con una cosmovisión cristiana moderna, como se aprecia en dicha encíclica.  Para el Papa Francisco es necesario crear conciencia de que existe una comunión universal: “creados por el mismo Padre, todos los seres del Universo estamos unidos por lazos invisibles y conformamos una especie de familia universal”. Para él la crisis ambiental es inseparable de la crisis social y ambas constituyen “una única y compleja crisis socio-ambiental”. Desde una perspectiva ética, además de la solidaridad intergeneracional existe –señala el Papa– la urgente necesidad moral de una renovada solidaridad intrageneracional.  Y para implementar estas solidaridades el Papa señala la necesidad de un acuerdo sobre los regímenes de gobernanza global para toda la gama de los llamados “bienes comunes globales”, siendo el medio ambiente uno de esos bienes “que los mecanismos del mercado no son capaces de defender o de promover adecuadamente”.  La sociedad civil tiene –en opinión del Papa– un papel importante que jugar a partir de un cambio en el estilo de vida que permita “ejercer una sana presión sobre quienes detentan el poder político, económico y social”. 

La posición de líderes religiosos de otras tradiciones

Líderes espirituales de otras tradiciones religiosas han manifestado su posición en relación con la problemática ecológica y medioambiental, con especial referencia al cambio climático,  en línea con lo planteado por el Papa Francisco, y respaldando el proceso de decisiones políticas conducido por las Naciones Unidas que condujeron al Acuerdo de Paris en diciembre de 2015.  Así, un  grupo de líderes budistas, que incluye a figuras de relevancia mundial como el Dalai Lama (budismo tibetano) y Thich Nhat Hanh (budismo zen), hizo pública en octubre de 2015 su “Declaración Budista a los Líderes del Mundo sobre el Cambio climático”.  Dos meses antes un destacado grupo de líderes musulmanes reunidos en Istambul había hecho lo mismo mediante su Islamic Declaration on Climate”. El Hinduismo hizo lo propio primero en 2009, con ocasión de la asamblea del Parlamento de las Religiones, y luego en la víspera de la COP21 en octubre de 2015, con sendas declaraciones tituladas “A Hindu Declaration on Climate Change”.

Estas declaraciones muestran, por una parte, la diversidad de “visiones de mundo” que confieren sentido a estas distintas tradiciones religiosas o espirituales y, por otra, una impresionante convergencia en cuanto a lo que piensan sobre la naturaleza y gravedad de la crisis climática, la responsabilidad humana en su generación, la responsabilidad tanto de los estados y organismos internacionales, como de las organizaciones de la sociedad civil y del ciudadano común, en su abordaje y solución, el papel que ha jugado el sistema económico dominante en esta crisis y la necesidad de cambiarlo, así como la necesidad de una transformación profunda a nivel de valores y estilos de vida. 

Presento a continuación, por vía de ejemplo, algunos párrafos –en mi opinión particularmente significativos—de las declaraciones que acabo de mencionar.

Cabe destacar primeramente que los líderes religiosos de distintas tradiciones han asumido plenamente el diagnóstico hecho por la comunidad científica sobre la crisis ecológica y su carácter sistémico, que va más allá del calentamiento global, incluyéndolo, como se aprecia en los siguientes fragmentos de las declaraciones budista e islámica:

  • Global warming plays a major role in other ecological crises, including the loss of many plants and animal species that share this Earth with us. Oceanographers report that half the carbon released by burning fossil fuels has been absorbed by the oceans, increasing their acidity by about 30%. Acidification is disrupting calcification of shells and coral reefs, as well as threatening plankton growth, the source of the food chain for most life in the sea. Eminent biologists and U.N. reports concur that “business-as-usual” will drive half of all species on Earth to extinction within this century. Collectively, we are violating the first precept—“do not harm living beings”—on the largest possible scale. And we cannot foresee the biological consequences for human life when so many species that invisibly contribute to our own well-being vanish from the planet. (Declaración budista).
  • Nosotros reconocemos la corrupción (fasad) que los seres humanos hemos causado en la Tierra por nuestra búsqueda incesante del crecimiento económico y el consumismo. Sus consecuencias han sido: 

• Cambio del clima global, que es nuestra preocupación actual, además de: 

• Contaminación de la atmósfera, la tierra, los sistemas acuíferos y los mares. 

• Erosión del suelo, desforestación y desertificación. 

• Destrucción, degradación y fragmentación de los hábitat donde viven las comunidades de la tierra, además de la devastación de algunos de los ecosistemas biológicamente más productivos y diversificados, tales como las selvas tropicales, las zonas húmedas (humedales) y los arrecifes de coral. 

• Deterioro de los beneficios y servicios prestados por los ecosistemas. 

• Introducción de especies foráneas invasoras y organismos genéticamente modificados. 

• Daños a la salud humana, incluida una gran cantidad de enfermedades modernas (declaración islámica)

La crisis ecológica es vista como inseparable de la crisis social asociada a una creciente brecha en los ingresos y la riqueza tanto entre las naciones como al interior de las mismas. En esto los líderes religiosos coinciden con el Papa Francisco en que se trata de “una única y compleja crisis socio-ambiental”, como ya señalado. Esta conciencia se manifiesta en las siguientes declaraciones:

  • A transition towards using 100-percent clean energy is desperately needed, as rapidly as is possible in every nation. Doing so provides the only basis for sustainable, continued human development. It is the best hope for the billions of people without electricity or clean cooking facilities to live better lives and reduce poverty. (Declaración induista)
  • Y conforme la Tierra experimenta un aumento drástico en los niveles de carbón en la atmósfera, algo que se inició con la Revolución Industrial, los más afectados seguirían siendo los más pobres. (Declaración islámica)

La crisis ecológica no es vista como castigo divino por estos líderes religiosos (como podría esperarse si hubieran mantenido cosmovisiones religiosas pre-modernas), sino como causada por la acción humana. Entre estas causas se  destaca por una parte una profunda crisis de conciencia y valores y, por otra, un sistema económico insustentable. La solución de la crisis requiere de acción pronta en ambos frentes, como se expresa en los siguientes fragmentos de las declaraciones budista y hinduista: 

  • Our present economic and technological relationships with the rest of the biosphere are unsustainable. To survive the rough transitions ahead, our lifestyles and expectations must change. This involves new habits as well as new values. (Declaración budista)
  • Humanity’s very survival depends upon our capacity to make a major transition of consciousness, equal in significance to earlier transitions from nomadic to agricultural, agricultural to industrial and industrial to technological. We must transit to complementarity in place of competition, convergence in place of conflict, holism in place of hedonism, optimization in place of maximization. We must, in short, move rapidly toward a global consciousness that replaces the present fractured and fragmented consciousness of the human race. (Declaración hinduista)

La creciente responsabilidad humana en la solución de la crisis asociada a su vez a nuestra creciente capacidad de intervenir en la naturaleza está muy bien expresada en el siguiente párrafo de la declaración islámica:

  • Hoy en día, el ritmo del cambio climático global tiene una magnitud diferente a los cambios graduales que han ocurrido en la era más reciente del pasado, el Cenozoico. Y lo que es aún más: está provocado por el hombre. Ahora nos hemos convertido en una fuerza que domina la naturaleza. En términos geológicos, la época en la que ahora vivimos se ha venido describiendo, cada vez con mayor frecuencia, como el Antropoceno o “La Era del Hombre”. (Declaración islámica).

Frente a este desafío, los líderes religiosos, más que un llamado a la oración y la penitencia implorando una intervención divina, como habría cabido esperar en tiempos pre-modernos, hacen un elocuente llamado  a asumir plenamente nuestra responsabilidad y pasar a la acción:

  • Nosotros reconocemos que no somos más que una parte minúscula del orden Divino pero, dentro de ese orden, somos seres extraordinariamente poderosos y tenemos la responsabilidad de establecer el bien y atajar el mal en la medida de nuestras posibilidades.  (Declaración islámica).

Y uno de los cambios requeridos es en el sistema económico dominante:

  • It has recently become quite obvious that significant changes are also needed in the way our economic system is structured. Global warming is intimately related to the gargantuan quantities of energy that our industries devour to provide the levels of consumption that many of us have learned to expect. From a Buddhist perspective, a sane and sustainable economy would be governed by the principle of sufficiency: the key to happiness is contentment rather than an ever-increasing abundance of goods. The compulsion to consume more and more is an expression of craving, the very thing the Buddha pinpointed as the root cause of suffering. (Declaración budista).
  • Instead of an economy that emphasizes profit and requires perpetual growth to avoid collapse, we need to move together towards an economy that provides a satisfactory standard of living for everyone while allowing us to develop our full (including spiritual) potential in harmony with the biosphere that sustains and nurtures all beings, including future generations. (Declaración budista).
  • (Para resolver la crisis ecológica es necesario) …establecer un nuevo modelo de bienestar basado en una alternativa al modelo económico actual que agota los recursos, degrada el medio ambiente y aumenta las desigualdades.  (Declaración islámica)

Todas estas declaraciones contienen un llamado explícito y urgente a la acción por parte de los estados y los organismos internacionales, que pronto se reunirían en la COP21 para aprobar el Acuerdo de París, como también por parte de los individuos y organizaciones de la sociedad civil. Y esto último en un doble sentido: llamando a las personas tanto a cambiar sus patrones de consumo y estilo de vida, como a movilizarse presionando a los actores políticos y económicos a asumir mediante acciones concretas su responsabilidad frente a la crisis climática. Las citas que siguen ilustran estos llamados.

  • Today, with the 2015 Paris Climate Conference nearly upon us, members of the global Hindu community again urge strong, meaningful action be taken, at both the international and national level, to slow and prevent climate change. Such action must be scientifically credible and historically fair, based on deep reductions in greenhouse gas emissions through a transition away from polluting technologies, especially away from fossil fuels. ….. We cannot rely on governments alone to act, however. Each one of us has a part to play in reducing climate pollution, by changing our inner and outer behaviour.  (Declaración hinduista)
  • Llamamos en concreto a las naciones más desarrolladas y a los países productores de petróleo a que: 
    • Lleven la iniciativa a la hora de controlar, cuanto antes, las emisiones de gas invernadero sin retrasarlo más de la mitad del siglo. 
    • Suministrar apoyo técnico y económico a las naciones menos desarrolladas para que controlen los gases invernadero a la mayor brevedad. 
    • Se admita la obligación moral de reducir el consumo para que los países pobres puedan beneficiarse de los recursos no renovables que aún quedan en la tierra. 
    • Mantenerse por debajo del límite de “2 grados” o, mejor aún, de los “1,5 grados”, teniendo presente que dos tercios de las reservas de la tierra de combustibles fósiles están todavía bajo el suelo. 
    • Reconducir sus planteamientos: evitar el beneficio inmoral que se extrae del entorno para conservarlo y elevar la condición de los pobres del mundo.
    • Invertir en la creación de una economía verde. (Declaración islámica).
  • Llamamos a las grandes corporaciones y al sector de las finanzas y negocios a que:
    • Asuman las consecuencias de sus actividades destinadas a conseguir beneficios y que emprendan un papel más activo a la hora de reducir sus emisiones de carbono y otras formas que afectan al entorno natural. 
    • A fin de mitigar el impacto medioambiental de sus actividades, que se comprometan a utilizar el 100% de energía renovable y a una estrategia de emisiones cero lo antes posible; y dedicar inversiones a la energía renovable.
    • Cambiar el modelo de negocio actual que está basado en una economía de incremento no sostenible, y adoptar una economía circular que sí es totalmente sostenible. (Declaración islámica).
  • Llamamos a todos los musulmanes, quienesquiera que sean jefes de Estado, dirigentes políticos, empresarios, …. líderes y eruditos religiosos, … educadores e instituciones educativas,  líderes de las comunidades,  activistas de la sociedad civil …, medios de comunicación a que hagan frente a los hábitos, formas de pensar y las causas básicas del cambio climático, la degradación medioambiental y la pérdida de biodiversidad; que cada uno lo haga en su ámbito de influencia apropiada siguiendo el ejemplo del Profeta Muhammad. (declaración islámica)
  • Individually, we must adopt behaviors that increase everyday ecological awareness and reduce our “carbon footprint”. Those of us in the advanced economies need to retrofit and insulate our homes and workplaces for energy efficiency; lower thermostats in winter and raise them in summer; use high efficiency light bulbs and appliances; turn off unused electrical appliances; drive the most fuel-efficient cars possible, and reduce meat consumption in favor of a healthy, environmentally-friendly plant-based diet. These personal activities will not by themselves be sufficient to avert future calamity. We must also make institutional changes, both technological and economic. (declaración budista).

Las declaraciones que acabamos de examinar arrojan un claro balance positivo. Líderes de las cuatro religiones con mayor peso en el mundo, si consideramos el número de sus seguidores,  asumen como propio el diagnóstico hecho por los científicos sobre la crisis ecológica en toda su complejidad y reconocen la responsabilidad humana tanto en su gestación como en su posible solución.  Aportan, además, al diagnóstico su denuncia del sistema económico dominante –y del sistema de valores, patrones de consumo y estilos de vida que le está asociado–  que, junto con agudizar las brechas sociales, resulta ecológicamente insustentable.  Por tanto, la tarea a que está enfrentada la humanidad como un todo va mucho más allá del cambio desde tecnologías sucias a limpias en la generación de energía, e implica un cambio de época con profundas consecuencias en los ámbitos político, económico, cultural e incluso religioso.  

Y digo ‘cambio de época’ porque la innovación tecnológica, que avanza en muchos campos con progresión geométrica, hace posible ir construyendo  una sociedad cada vez más humana en un planeta cada vez más intervenido.

¿Hermanos, esclavos o simplemente recursos para el progreso humano?

Durante miles de años los humanos hemos ido moldeando la biósfera a nuestra conveniencia y, como consecuencia, la población humana ha podido crecer y mejorar su nivel de vida. Hemos seleccionado las especies vegetales y animales más útiles para el uso y/o consumo humano y las hemos “mejorado” mediante la selección artificial primero y, luego, mediante la ingeniería genética.  Hemos desforestado millones de hectáreas de bosque nativo para convertir esos suelos en terrenos de cultivo y crianza, destruyendo en el camino el hábitat de innumerables especies autóctonas. Hemos también actuado protegiendo a ciertas especies que nos son aliadas, como ocurre con el control biológico de plagas. Pero siempre, siempre, lo hemos hecho teniendo por objetivo último el beneficio humano. Por siglos hemos tratado como esclavos a caballos, vacas y gallinas porque nos proveen de fuerza de trabajo y alimento. Al menos en Occidente y Medio Oriente se trata de una relación legitimada por la tradición religiosa abrahámica que al inicio mismo del libro del Génesis pone en boca de Dios lo siguiente:

“Hagamos un hombre a imagen nuestra, conforme a nuestra semejanza, para que domine en los peces del mar, y en las aves del cielo, y en los ganados, y en todas las fieras de la tierra, y en todo reptil que repta sobre la tierra”. Creó, pues, Dios al hombre a su imagen, a imagen de Dios creólo, macho y hembra los creo. Y los bendijo Dios y díjoles: “Procread y multiplicaos, y enchid la tierra y sojuzgadla, y dominad en los peces del mar, y en las aves del cielo, y en toda bestia que se mueve sobre la tierra”. Dijo también Dios: “He aquí que os doy toda planta seminífera … y todos los árboles portadores de fruto … para que os sirvan de alimento; y a todas las bestias salvajes, todas las aves del cielo y todo cuanto serpea sobre la tierra con aliento vital servirá de comida…”

Este discurso religioso, profundamente patriarcal, ha sido por miles de años inspirador y legitimador de las relaciones de dominación entre las sociedades humanas de Occidente y del Medio Oriente con la naturaleza. Pienso además que es del todo conciliable con el discurso secular económico desarrollista que juzga el valor de los seres vivientes no-humanos  por su utilidad como “recurso” productivo o bien de consumo. Y tiendo a pensar que es también conciliable con el paradigma del “desarrollo sustentable”, que se distingue del desarrollismo puro porque introduce prudencia de largo plazo en función de valores éticos, como es nuestra responsabilidad frente a las futuras generaciones. Sin embargo, este discurso patriarcal no aparece como principio legitimador en las declaraciones de líderes de las principales religiones del mundo que hemos analizado en la sección anterior. Por el contrario, por ejemplo,  cuando el Papa Francisco sostiene en Laudato Si que “creados por el mismo Padre, todos los seres del Universo estamos unidos por lazos invisibles y conformamos una especie de familia universal”, está sosteniendo que existe una relación de “hermandad” entre nosotros los humanos y las demás especies de vivientes que conformamos la Biósfera, y no de “dominación” y explotación. 

Pareciera así que se ha estado produciendo una profunda transformación en las cosmovisiones de las principales tradiciones religiosas, al menos en las dos más importantes del tronco abrahámico –el Cristianismo y el Islam—en lo que se refiera a la ética de las relaciones entre la especie humana y las demás especies de  la Biósfera conjuntamente con el sistema ecológico global que las acoge. Se trata del paso de una relación patriarcal de dominación a una relación más bien “matríztica” de respeto y cuidado responsable. 

Este cambio podría estar siendo acompañado de un cambio en el relato que tiende a conciliar los elementos más esenciales de la fe religiosa con el conocimiento científico reciente sobre la trayectoria del fenómeno vida en nuestro planeta. Este nuevo relato asume una visión más dinámica de la “creación”, como proceso en curso, en el que la especie humana se ha ido auto-transformando y convirtiendo en un actor cada vez más importante. 

Lo que escribo a continuación es lo que en una etapa de la trayectoria de mi fe religiosa cristiana llegué a pensar y, en cierta medida, creer. No me consta que teólogos y pensadores de la tradición abrahámica hayan usado un discurso semejante, aunque sospecho que ha sido así o podría ser así.   

Hijas e hijos adultos del Padre, responsables por la Casa Común

Considerando las religiones mayoritarias en el mundo actual –cristianismo e islamismo-, constatamos que ambas se fundan en la creencia en un Dios personal, creador del universo y de todos los seres vivientes que en el habitan, incluidos los seres humanos, si bien con una diferencia fundamental entre éstos y el resto de los vivientes: que sólo los humanos habríamos sido creados “a su imagen y semejanza”.  ¿En qué los humanos podríamos considerarnos semejantes al Dios creador de los cristianos y musulmanes? Si asumimos que la creación está aún en curso y miramos la historia de la Humanidad en la Tierra, una posible respuesta es: en nuestra capacidad de crear; en que nos hemos ido convirtiendo en  “co-creadores” al influir en forma decisiva sobre el curso de la Biósfera, así como en el surgimiento de la tecnósfera y de la noósfera. Usando lenguaje bíblico, podría decirse que los humanos hemos madurado hasta ir alcanzando la condición de “hijas e hijos adultos del Padre” y, por tanto, responsables  del cuidado de la casa común, como la ha llamado el Papa Francisco en su encíclica Laudato Si

Hacia un humanismo bio-eco-céntrico

Entiendo aquí por “humanismo” una corriente de pensamiento, una concepción de mundo, que valora grandemente la capacidad creativa del ser humano en múltiples ámbitos, que van desde el ético hasta el tecnológico. Y entiendo como “humanismo bio-eco-céntrico” a la concepción de mundo que considera al fenómeno humano como la más notable y admirable “floración” del proceso evolutivo del fenómeno Vida en el planeta Tierra.  Y digo “en el planeta Tierra” porque con el conocimiento científico actual, que plantea como muy probable la existencia de vida y de seres vivientes inteligentes en infinidad de exo-planetas en un universo que se expande, sería de una pretensión inaceptable sostener que los humanos somos el producto más notable y admirable de la evolución cósmica. Pero sí tiene sentido sostenerlo si nos restringimos al ámbito local, que si bien a nivel cósmico resulta minúsculo, es muy relevante para todos nosotros los “terrícolas”. 

Sostuve al referirme a nuestra tarea común que el principal desafío que tenemos hoy es conseguir que la Humanidad se una y movilice para “pilotear” la “comunidad de vida”  –incluida por cierto la propia Humanidad– y su hábitat, el ecosistema global de la Tierra, hacia un destino mejor. Para hacerlo necesitamos concebir y adoptar un relato integrador y movilizador. Como mostré en páginas anteriores, se ha avanzado ya considerablemente en construir este nuevo relato, que tiene que ser capaz de encantar transversalmente a la gran mayoría –sino a todos—los actores relevantes. Al presentar la visión contenida en La Carta de la Tierra sugerí que pareciera tratarse de algo así como un “humanismo bio-eco-céntrico” –concepto que acabo de intentar definir– y pienso que puede ser el enfoque correcto para el relato que está emergiendo.

Pero ¿no es acaso esta formulación intrínsecamente contradictoria? El humanismo se ha caracterizado por ser marcadamente antropocéntrico. ¿Puede ser al mismo tiempo “bio-eco-céntrico? Pienso que sí, en la medida que la centralidad de lo humano adquiera sentido en el marco más amplio de la centralidad del fenómeno Vida y su “continente” –el ecosistema global–  que lo hace posible.  Como hemos visto, nuestra especie homo sapiens emerge del proceso evolutivo en tiempos relativamente recientes de la larga historia del fenómeno Vida en el planeta Tierra. Y emerge con tres capacidades que ninguna especie viviente parece haber tenido con anterioridad: su capacidad de crear pensamiento y cultura, su capacidad de intervenir en la naturaleza y, consecuentemente, su capacidad de transformarse a sí mismo. Ocurre así que los humanos, operando en sociedad, somos al mismo tiempo frutos del fenómeno Vida y sus controladores. Lo primero desde siempre; lo segundo, cada vez más, con un poder de intervención que puede ser maravilloso o aterrador, según cómo se lo ejerza. Lo anterior nos permite, por una parte, identificarnos con el fenómeno Vida, sentir que somos parte de él, quizás la más admirable de sus floraciones; y por otra, asumir que nuestra creciente capacidad de creación y destrucción nos convierte en actor protagónico de su curso futuro: Cómo evolucione el ecosistema global; qué especies proliferen y cuales desaparezcan; qué tipo de sociedad humana global seremos capaces de construir, dependerá  del proyecto de mundo que seamos capaces, como Humanidad, de visionar y de implementar. 

Hasta hace pocas décadas este proyecto era ingenuamente antropocéntrico y androcrático, comandado por un afán sin límites por dominar, progresar y crecer. De pronto se encienden luces de alarma: vivimos en un planeta limitado, por tanto nuestro crecimiento tiene que ser también acotado a dichos límites. El desarrollo tiene que ser sustentable, de modo que garanticemos el bienestar no sólo a las generaciones presentes, sino también a las futuras. Hasta ahí la “problematización” sigue siendo eminentemente antropocéntrica, si bien más responsable. Pero luego, como vimos, se comienza a hablar de “ecosistema global” en vez de “medio ambiente humano” y se reconoce el “valor en sí” de la comunidad viviente, más allá de ser “recursos naturales” para el desarrollo humano, llegando incluso a sostener en la primera Cumbre de la Tierra (1972)  que la flora y fauna silvestre y  sus hábitats tienen un valor en sí y que los humanos tienen la responsabilidad especial de preservar y administrar ese patrimonio, principio que es reiterado en la segunda Cumbre de la Tierra (Río de Janeiro,1992), cuando se sostiene, como vimos, que “Los Estados deberán cooperar con espíritu de solidaridad mundial para conservar, proteger y restablecer la salud y la integridad del ecosistema de la Tierra.” En la Carta de la Tierra se va más allá cuando se sostiene que “La protección de la vitalidad, la diversidad y la belleza de la Tierra es un deber sagrado”, y se incluye entre sus principios “Cuidar la comunidad de la vida con entendimiento, compasión y amor”.

Desde 1992, cuando se redacta con la participación de 196 países la Convención Marco de las Naciones Unidas sobre el Cambio Climático,  la conciencia ecológica se ha ido centrando en la problemática    asociada al calentamiento global, sin descuidar por esto otras facetas, como son la contaminación ambiental y la biodiversidad, si bien relevando su interdependencia. Por primera vez las consecuencias de la intervención humana en el ecosistema global son percibidas como una amenaza a escala mundial al bienestar humano e, incluso, a la sobrevivencia de nuestra especie. Se han identificado científicamente las causas de la crisis medio ambiental, quiénes son responsables y qué políticas deben ser implementadas para evitar que el problema alcance niveles críticos. (Mientras escribo estas líneas se realiza en Madrid la COP 25). Sin embargo la voluntad política requerida aún no se logra. ¿Por qué? ¿Qué intereses están en juego? ¿En qué medida los cambios requeridos conllevan en el largo plazo un cambio sistémico profundo? ¿Cuán preparados estamos como sociedad global para dicho cambio? ¿Cuán doloroso puede ser el “parto” de una nueva civilización?

Una posible visión

Todo relato necesita imaginar anticipadamente, “visionar”, el orden de cosas que persigue como ideal, como objetivo deseable.  En la declaración de los líderes religiosos hinduistas que cité en una sección anterior hay un párrafo en este sentido que me impresiona por su lucidez y que quiero rescatar. Dice así: “Debemos transitar de la competencia a la complementariedad, del conflicto a la convergencia, del hedonismo (individualista) hacia el holismo, de la maximización a la optimización. En síntesis, debemos movernos rápidamente hacia una conciencia global que reemplace a la presente conciencia humana fracturada y fragmentada.” 

Al escribir estas líneas me viene a la mente la visión de sociedad deseada contenida en la “Declaración por la Paz” que leíamos todos los años en voz alta y con profunda convicción al celebrar el 21 de Septiembre el Día Internacional de la Paz en ceremonia interreligiosa convocada por el Foro Espiritual de Santiago por la Paz, uno de cuyos párrafos dice así: 

“Queremos para Chile y para el mundo una paz genuina y duradera, hecha cultura y grabada como anhelo en el corazón de cada ser humano;  una paz sólidamente basada en las estructuras de una nueva sociedad, más justa, solidaria y armoniosa que la actual,   profundamente respetuosa de los Derechos Humanos y de la Vida en todas sus manifestaciones; una sociedad en la que compartir sea más importante que competir, y en la que el diálogo y los acuerdos  sustituyan a toda forma violenta en la solución de los conflictos.”

La tesis implícita en esta declaración es que para que una sociedad humana llegue a ser “profundamente respetuosa … de la Vida en todas sus manifestaciones” se requiere de una “nueva sociedad” estructuralmente distinta de la actual, en la que primen la justicia, la solidaridad, el compartir y el resolver los conflictos por la vía del diálogo, todo esto como base para una paz genuina.  Tiene que ser además una sociedad con capacidad de, y dispuesta a, frenar el calentamiento global, combatir la contaminación, conservar y/o restaurar ecosistemas deteriorados claves para mantener la bio-diversidad, y al mismo tiempo asegurar la producción de insumos para satisfacer las necesidades de toda la población humana. 

Todo esto suena muy lindo, pero es obvio que todavía estamos lejos de llegar a esa sociedad humana global que vive en paz con ella misma y con la Biósfera de la cual se siente parte y responsable.  Un “humanismo bio-eco-céntrico” para ser maduro tiene que reconocer con toda la crudeza necesaria el “lado oscuro” tanto del ser humano y de las culturas y sociedades que ha ido constituyendo a lo largo de su existencia, como de la biosfera de la que forma parte. Y además de reconocerlo, es fundamental poder explicarlo para poder contenerlo y minimizar su influencia en el curso futuro de la Humanidad y de la Biósfera.

El lado luminoso y el lado oscuro

Las cosmovisiones antiguas, de carácter mítico o religioso, suelen asociar metafóricamente lo “bueno” con la luz y lo “malo” con la oscuridad.  Pero los criterios para definir lo bueno y lo malo son “hechura humana” y han variado grandemente a lo largo de la historia humana y entre las culturas.  Un par de ejemplos: La homosexualidad fue considerada como moralmente mala, prohibida y castigada por siglos en muchas sociedades; hoy en gran parte del mundo ya no lo es. La esclavitud, el que los derrotados en una guerra pudieran ser esclavizados y luego transados en el mercado, fue considerado por miles de años como algo que estaba bien; ya no lo es.  

Este segundo ejemplo ilustra la conexión entre sistema social y valores. La esclavitud surge en las sociedades agrícolas antiguas para satisfacer la necesidad en esa economía de mano de obra abundante y barata y viene a ser abolida entre fines del siglo XVIII y fines del XIX, siendo reemplazada por trabajo libre asalariado como resultado de la Revolución Industrial, porque es más funcional que la esclavitud para el nuevo modo de producción.

Decía que en la mirada humanista se valora altamente la creatividad humana. El problema radica en que dicha creatividad, que en muchos ámbitos ha sido beneficiosa para la Humanidad en su conjunto (pienso por ejemplo en la salud pública y medicina moderna),  puede ser ejercida –y de hecho lo ha sido—en beneficio de algunos y en detrimento de muchos, como ha ocurrido con las ideologías políticas que legitiman la desigualdad, incluido el caso de la esclavitud recién mencionado. 

Desde que hay memoria histórica, el hombre ha explotado al hombre. Para ser más exactos, unos pocos seres humanos, en general de sexo masculino, han explotado a muchos de ambos sexos y de todas las edades. Como dijo el dramaturgo romano Plauto unos doscientos años antes de nuestra era: “homo homini lupus”, el hombre es un lobo para el hombre, frase hecha famosa en el siglo XVII por el filósofo Thomas Hobbes. En términos zoológicos, el hombre ha sido por algunos miles de años el peor depredador del hombre. Pero ¿lo ha sido por siempre? ¿Es algo que está en sus genes o es un comportamiento adquirido? ¿En qué medida su agresividad potencial y su afán de dominación son inhibidos o gatillados por la sociedad en que vive, su cultura y su particular sistema de valores? Porque cuando hablamos de transitar hacia una sociedad más justa, equitativa y solidaria, en la que compartir es más importante que competir; cuando hablamos de  transitar del conflicto a la convergencia, del hedonismo individualista hacia el holismo, de la maximización a la optimización; cuando decimos que queremos una nueva sociedad profundamente respetuosa de los Derechos Humanos y de la Vida en todas sus manifestaciones,  estamos hablando de valores y de formas de relacionarnos los humanos entre sí, con el resto de la “comunidad de vida” y con el ecosistema global que nos acoge que, de una u otra forma, se sostienen sobre las actuales estructuras sociales, económicas y políticas de las sociedades en que vivimos.  Lo viejo y lo nuevo –que quizás es más antiguo que lo viejo—coexisten. No se trata sólo o primariamente de un cambio en la mente y corazón de los individuos, como algunos pretenden. Pienso que se trata de cambios estructurales que permitirán  avanzar en la dirección correcta en un proceso que está en curso. Proceso en el que la variable tecnológica juega un papel crucial, como lo jugó en el tránsito de la sociedad agrícola a la industrial y de ésta a la era informática. Si bien hay una diferencia importante con las transiciones anteriores: la velocidad y aceleración sin precedentes del cambio tecnológico, que puede resultar difícil de procesar por las actuales instituciones en los ámbitos económico, político, social y cultural.

Se requiere también de cambios profundos en los patrones de producción y consumo. El modelo capitalista, que ha jugado un papel crucial en el desarrollo tecnológico y económico hasta llevarnos en la actualidad a una situación de potencial abundancia, ha ido  produciendo brechas crecientes en la distribución del ingreso y de la riqueza,  y continúa incentivando patrones de producción y consumo insustentables. Pienso que requiere de cirugía mayor. No me pregunten cuál.

Lo que sí intuyo con cierta claridad es la respuesta a una de las preguntas que acabo de plantear: ¿Ha sido el ser humano por siempre “un lobo para el hombre”? Si fuera así, nuestro ideal de sociedad descrito anteriormente sería una quimera. Afortunadamente pareciera que no. 

Para fundamentar esta respuesta  se hace necesario tomar una perspectiva de muy largo plazo, que es la que toma Riane Eisler en su libro titulado “El Cáliz y la Espada” cuando reconstruye cómo probablemente fueron las comunidades humanas durante el Neolítico en el centro-sur de Europa y por qué sus formas pacíficas de convivir desaparecieron.  El cáliz simboliza la matriz femenina –“el santo receptáculo de la vida” lo llama la autora– y la espada, símbolo fálico, la voluntad masculina de dominación.Trabajé este tema con cierto detalle en un ensayo reciente, por lo que seré aquí muy breve. 

Antes que las sociedades humanas estuvieran basadas en un paradigma patriarcal, como el que ha dominado desde la era del bronce hasta nuestros días, habrían existido por  un largo período en diversas partes del mundo comunidades humanas inspiradas en un paradigma matríztico, que resulta en un  modelo solidario o gilánico de sociedad en el que “las relaciones sociales se basan primordialmente en el principio de vinculación antes que en el de jerarquización”, como ocurre en el  modelo dominador o patriarcal. ‘Un largo período’ significa en este caso unos cuatro mil años, entre 7.000 y 3.000 A.C., el doble de nuestra era en duración, si se asume que el modelo solidario fue el dominante durante gran parte del Neolítico, era que se inicia cuando las comunidades humanas domestican plantas y animales, pasando de ser recolectores y cazadores a ser agricultores y criadores, y se asientan en aldeas.  El modelo dominador, que Eisler llama “androcrático”,  habría pasado a ser el dominante cuando hacia 3.500 A.C. se domestica el caballo y se desarrolla la metalurgia, recursos que le permiten a tribus nómades que vivían al norte de Mar Negro invadir y conquistar los pueblos de agricultores y criadores en Europa central. Su racional era simple: ¿para qué trabajar cultivando la tierra y criando el ganado si podemos robarlo? Se legitima así una estrategia del pillaje que se institucionaliza luego en el modelo de dominación. La legitimidad de usar las armas para conquistar, someter y explotar a otros pueblos durará hasta la Segunda Guerra Mundial, después de la cual se constituye la ONU y se implementa la descolonización. 

De la Espada al Cáliz

Independientemente de que en la historia real haya ocurrido lo que Riane Eisler reconstruye tal cual ella lo reconstruye, pienso que las categorías analíticas que utiliza son útiles en la actualidad para entender hacia dónde estamos yendo y hacia dónde podemos ir.  Cuando visualizamos como objetivo una sociedad más justa y solidaria que la actual “en la que compartir sea más importante que competir”, estamos hablando de transitar de un modelo social predominantemente androcrático a uno predominantemente gilánico.  

A nivel valórico el paradigma de los Derechos Humanos parece estar jugando un papel crucial en este proceso de tránsito.  Así, por ejemplo, el Pacto Internacional de Derechos Económicos, Sociales y Culturales,  adoptado por la Asamblea General de las Naciones Unidas en diciembre de 1966 y que entró en vigor en enero de 1976, que consagra de manera vinculante los llamados “derechos humanos de segunda generación”, define los derechos universales al trabajo, a la salud, a la educación y a la seguridad social, entre otros, apuntando de esta manera hacia sociedades nacionales cada vez más inclusivas en lo social.  

Mucho se ha avanzado también en materia de equidad de género y derechos de la mujer y del niño, tanto a nivel jurídico y de las instituciones, como a nivel de conciencia pública y movilización social.

En cuanto a la causa de la paz, si bien seguimos viviendo algunas guerras locales con muy alto costo en sufrimiento humano, la inmensa mayoría de la población mundial vive en paz. Hay que añadir al respecto que si bien el gasto militar sigue siendo muy alto y el armamento cada vez más sofisticado, la gran mayoría de los contingentes de las fuerzas armadas no han entrado nunca en combate con fuerzas enemigas.

En el campo ambiental, como vimos, hay una creciente conciencia ecológica que se manifiesta en poderosas movilizaciones a nivel de la sociedad civil, así como en acuerdos internacionales que avanzan en la dirección correcta, si bien más lentamente que lo que muchos quisiéramos.

El acelerado avance tecnológico que nos ha llevado por primera vez en la historia de la Humanidad a una economía global potencialmente de abundancia, junto con ser esperanzador, nos plantea, en un contexto social mundial marcado por grandes desigualdades, la gigantesca tarea de desarrollar un nuevo “modo de producción” que permita una distribución mucho más equitativa que la actual de los bienes y servicios producidos por un sistema económico plenamente sustentable , tanto al interior de las naciones como entre ellas.

Estos son algunos de los signos esperanzadores que nos permiten pensar que nos estamos moviendo como sociedad global de un sistema predominantemente androcrático hacia uno de perfil gilánico, más horizontal y solidario, en el que –con madurez humana— tendremos –querámoslo o no—que conseguir que la Humanidad se una y movilice para “pilotear” la “comunidad de vida”  –incluida por cierto la propia Humanidad– y su hábitat, el ecosistema global de la Tierra, hacia un destino mejor.

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El análisis de las condiciones de posibilidad requeridas para el tránsito hacia una nueva sociedad, menos androcrática y más gilánica, que acabo de esbozar,  merece un trabajo mucho más profundo, que he estado abordando en el marco de la preparación de un ensayo titulado “En busca de una Utopía para el siglo XXI”, que será mi ocupación principal durante 2020.  Un avance de la primera parte de ese ensayo puede verse con ese mismo título en el libro editado por Universitas Nueva Civilización titulado El desafío de una Sociedad más Horizontal y menos Desigual, publicado en 2019, pp. 15-32.

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INDICE

Nuestra Responsabilidad Global

Hacia un humanismo bio-eco-céntrico

Nosotros y el planeta Tierra   1

    Casi dioses   1

    Responsables       3

    Emergencia de la conciencia ecológica: del antropocentrismo a una visión bio-    eco-céntrica    5

    Nuestra tarea común      9

Los líderes religiosos frente a la crisis ecológica   10

    El Papa Francisco y su encíclica Laudato Si    10

    La posición de líderes religiosos de otras tradiciones   11

    ¿Hermanos, esclavos o simplemente recursos para el progreso humano? 15

    Hijas e hijos adultos del Padre, responsables por la Casa Común    16

Hacia un humanismo bio-eco-céntrico   17

    Una posible visión   18

    El lado luminoso y el lado oscuro   19    De la Espada al Cáliz   21

CONTACTO Gerardo.gonzalez36@gmail.com

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